Me dijiste Señor que viviría,
que no padecería muchos males,
que mi vida estallaría de alegría
con triunfos y trofeos celestiales.
Más no encuentro Señor tales victorias,
más aún sólo percibo las espinas
y aquellos dorados sueños de la gloria
se han quedado en el cajón de las vitrinas.
Y en ese terremoto de cuestiones
tomé un viejo crucifijo desarmado
y besándolo y llorando mis razones
encontré enrojecidas mis dos manos.
jueves, 24 de mayo de 2007
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